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Capítulo 36
El extraño rol de la prensa
Los años que siguieron, 1933-1939, fueron aquellos de la preparación de la Segunda
Guerra Mundial. El "militarismo Prusiano", supuestamente doblegado en 1918,
surgió más formidable que nunca y el espectáculo absorbió de tal manera las
mentes de los hombres que perdieron el interés en el asunto en Palestina, el cual
parecía no estar relacionado con los grandes eventos en Europa. De hecho parecía
ser algo imponente entre esas "causas y objetivos" de la segunda guerra, los cuales
el Presidente Wilson había llamado "oscuros" al principio. El espacio dejado por el
derrumbe, en 1917, de la leyenda de la "persecución judía en Rusia" fue llenado por"la persecución judía en Alemania" y, sólo cuando el Sionismo estaba "desvalido y
desesperado", eran capaces los Sionistas, con un nuevo lamento, asustar a los
judíos y acosar a los políticos Occidentales. Las consecuencias fueron mostradas en
el resultado de la consiguiente guerra, cuando el Sionismo-revolucionario y el
Comunismo-revolucionario resultaron ser los únicos beneficiarios.
Mi propia experiencia durante esos años produjo finalmente este libro. Cuando
ellos comenzaron, en 1933, yo había ascendido desde mi escritorio para llegar a ser
corresponsal del The Times en Berlín y estaba contento con esa designación.
Cuando ellos acabaron, en 1939, estaba totalmente desencantado con mi trabajo y
me había sentido obligado a renunciar a mi sustento. El relato de esos años
mostrará la razón.
Desde 1927 informé sobre el levantamiento de Hitler, y por casualidad estaba
pasando por el Reichstag cuando estalló en llamas en 1933. Este evento (usado para
preparar el sistema de la policía-secreta y los campos-de-concentración en
Alemania, en el modelo de los Bolcheviques) consolidó a Hitler en el poder, pero
algún presentimiento, esa misma noche, me dijo que significaba mucho más que
eso. De hecho, la horrorosa experiencia inacabada del presente en Occidente data
de esa noche, no de la guerra posterior. Su verdadero significado fue que el área de
ocupación de la revolución-mundial se extendió al centro de Europa, y el traslado
real a la propiedad Comunista en 1945, meramente confirmó un hecho cumplido
(desde allí se enmascararon de las masas por el ficticio antagonismo entre Nacional
Socialismo y Comunismo) el cual la guerra, en sus inicios, se suponía que deshacía.
La única genuina pregunta que el futuro tiene que contestar todavía es si la
revolución-mundial será manejada o se extenderá más hacia Occidente desde la
posición que, en el efecto, ocupaba en la noche del 27 de febrero de 1933.
Desde el inicio del régimen de Hitler (en esa noche) todos los observadores
profesionales en Berlín, diplomáticos y periodistas, supieron que esto significaba
una nueva guerra, a menos que esta fuera prevenido. La prevención en ese
momento era relativamente simple; el Sr. Winston Churchill en sus memorias
llamó debidamente a la Segunda Guerra como "la guerra innecesaria". Podría
haberse previsto por la firme oposición Occidental a las correrías bélicas
preliminares de Hitler (en el Rhineland, Austria y Checoslovaquia) en cualquier
momento hasta 1938, cuando (como el Sr. Churchill también lo confirma) los
generales alemanes, a punto de derrocar a Hitler, fueron deshechos por la
capitulación Occidental a él en Munich.
Los observadores especializados en Berlín estaban convencidos que él haría la
guerra si se le permitía, [308] y así aconsejaron a sus gobiernos o editoriales
superiores en Londres. El Corresponsal jefe del The Times en Berlín, el Sr.
Norman Ebbutt (yo era el segundo corresponsal) informó a principios de 1933 que
la guerra debía esperarse en aproximadamente cinco años, a menos que fuese
prevenida, y este informe particular fue impreso. Nos alarmamos, él, yo y muchos
otros reporteros durante los años siguientes y quedamos perplejos por la supresión,"silenciamiento" y como fueron ignorados los despachos, y por la descripción de
Hitler, en el Parlamento y en los periódicos, como un inherentemente buen hombre
que permanecería pacífico si únicamente sus motivos de quejas fueran
solucionadas (a expensas de otros).
Este período ha llegados a ser conocido como ese de "la política de aplacamiento"
pero de estímulo es la palabra más verdadera, y la política cambió la probabilidad
de guerra en certeza. La tensión llevó al Sr. Ebbutt al colapso físico. De 1935
adelante, fui el corresponsal jefe en Viena, lo cual era entonces otro punto de
ventaja para inspeccionar la escena alemana. Desde allí, a finales de 1937, informé
a The Times que Hitler y Goering habían dicho que la guerra comenzaría "por el
otoño de 1939"; yo tuve esta información del Canciller austriaco.
Estaba en Viena durante la invasión de Hitler y entonces, después de un corto
arresto por las Tropas de asalto en mi salida, fui transferido a Budapest, dónde
estaba cuando vino la capitulación importantísima de Munich en septiembre de
1938. Comprendiendo entonces que un fiel reportero no podía hacer nada contra"la política de aplacamiento", y que su tarea no tenía sentido, renuncié mediante
una carta de protesta, y todavía tengo el reconocimiento discursivo del editor.
Catorce años después, The Times reconoce públicamente el error, con respecto a
su "política de aplacamiento", en esa curiosa franca Historia Oficial de 1952.
Esta contiene una referencia poco generosa para mí: "Hubo renuncias de miembros
menores del personal" (yo tenía cuarenta y tres años en 1938, era el Corresponsal
Jefe para Europa Central y los Balcanes, había trabajado para The Times durante
diecisiete años, y creo que fui el único corresponsal que renunció). En este volumen
The Times afirmó que nunca más erraría nuevamente así: "no es precipitado decir
que la agresión nunca se reunirá nuevamente en Printing House Square en
términos de meramente 'Munich'". Los artículos editoriales e informes del The
Times sobre tales eventos más tarde, como la bisección de Europa en 1945, la
Comunización de China, los Sionización de Palestina y la guerra Koreana, me
muestran que al parecer sus políticas no cambiaron en absoluto.
Así mi renuncia en 1938 fue inspirada por un motivo similar a aquel del Coronel
Repington, (de quien yo no había oído entonces) en 1918. Había un peligro militar
mayor para Inglaterra y a los reporteros calificados no les fue permitido hacerlos
públicos: el resultado, en mi opinión, fue la Segunda Guerra Mundial. El periodista
no debe considerarse a sí mismo demasiado en serio, pero si sus informes se
desatienden en las materias más importantes del día, él siente que su profesión es
un fraude y entonces tiene que dejarla, a cualquier costo. Esto es lo que hice, y fui
confortado, muchos años después, cuando leí las palabras de Sir William Robertson
al Coronel Repington: "La gran cosa es mantener un curso recto y entonces uno
puede estar seguro que el bien vendrá en el futuro de lo que puede parecer ser malo
ahora". [309]
Cuando renuncié en 1938, tenía una segunda razón, que no estaba presente en
1933, la perplejidad sobre cómo la prensa es dirigida. En esa materia, también, sólo
podría asumir que algún encaprichamiento había trabajado para torcer el
verdadero cuadro de los eventos. El resultado de la guerra, sin embargo, mostró
que un motivo poderoso había estado detrás de esta particular falsedad.
En el caso de "la persecución judía en Alemania" encontré que la presentación
imparcial de los hechos gradualmente dio paso a una forma tan parcializada de
descripción, que la verdad se perdió. Esta transformación se efectuó en tres fases
sutiles. Primero se informó sobre "la persecución de antagonistas políticos y
judíos"; luego esto fue enmendado imperceptiblemente a "judíos y antagonistas
políticos"; y al final la prensa hablaba en general sólo de "la persecución de los
judíos". Mediante esto, una imagen falsa fue proyectada a la mente pública y la
condición difícil de la aplastante mayoría de las víctimas, por este arreglo de dirigir
la luz a un grupo, fue dejado de ver. El resultado mostrado en 1945, cuando, por
una parte, la persecución de los judíos fue hecho el objeto de una acusación formal
en Nuremberg, y por otro lado, la mitad de Europa y todas las personas en ella,
fueron abandonados a la misma persecución, en la cual los judíos habían
compartido por todas partes, en una pequeña proporción con respecto a las
poblaciones.
En ese período yo, típico inglés de mi generación, nunca había pensado en los
judíos como diferentes de mí mismo, tampoco podía decir qué hace a alguien judío,
en su opinión, diferente de mí. Si más tarde me di cuenta de alguna diferencia, o
del deseo de un poderoso grupo de afirmar alguna diferencia, ésta no fue el
resultado de las acciones de Hitler, sino del nuevo impedimento para informar
imparcialmente qué yo empecé a observar entonces. Cuando comenzó la
persecución general yo la informé como la vi. Si supe de algún campo de
concentración que contenía a mil cautivos, informé esto; si supe que los mil
cautivos incluían a treinta o cincuenta judíos, informé eso. Vi los primeros actos de
terror, hablé con muchas de las víctimas, examiné sus lesiones, y se advirtió que
incurrí en la hostilidad de la Gestapo por eso. Las víctimas eran en su gran
mayoría, ciertamente mucho más del noventa por ciento, alemanes, y unos pocos
eran judíos. Esto reflejaba la proporción en la población total, en Alemania y
después en los países invadidos por Hitler.
Pero la forma de informar en la prensa mundial en ese tiempo, bloqueó la gran
masa sufriente, dejando sólo el caso de los judíos.
Ilustro esto por los episodios y pasajes de mi propia experiencia e información. El
Rabino Stephen Wise, escribiendo en 1949, dio la siguiente versión de los eventos,
informados personalmente por mí en 1933, e indudablemente entregó la misma
versión en el círculo presidencial del cual él era cercano durante esos años: "Las
medidas contra los judíos continuaron superándose en sistemática crueldad
y destrucción planeada, al terror contra otros grupos. El 29 de enero
de1933, Hitler fue convocado para ser canciller. . . en seguida comenzó el reino
del terror con las palizas y encarcelamiento de judíos. . . Nosotros
planificamos una marcha de protesta en Nueva York el 10 de mayo, el día que se
ordenó la quema de libros judíos en Alemania. . . el peso más brutal del
ataque fue sostenido por los judíos. . . se establecieron los campos de
concentración [310] y se llenaron con los judíos."
Todas estas declaraciones son falsas. Las medidas contra los judíos no dejaron
atrás el terror contra otros grupos; los judíos estaban envueltos en un número
mucho más grande de otras víctimas. El reino del terror no comenzó el 29 de enero
de 1933, sino en la noche del incendio del Reichstag, el 27 de febrero. Ninguna"quema de libros judíos" fue ordenada; Yo presencie e informé de hogueras y he
buscado mi informe publicado en The Times, para verificar mi recolección. Una
masa de libros "Marxistas" fue quemada, incluyendo los trabajos de muchos
alemanes, ingleses y de otros escritores non-judíos (mis libros, si hubiesen sido
publicados entonces, habrían estado indudablemente entre ellos); la hoguera
incluía algunos libros judíos. “el peso más brutal del terror no fue sostenido por
los judíos, ni fueron los campos de concentración llenados por judíos”. El número
de víctimas judías fue en proporción con el porcentaje de la población.
No obstante
este falso cuadro, por repetición, vino a dominar la mente pública durante la
Segunda Guerra.
En el momento de mi renuncia, que fue provocada solamente por la "política de
aplacamiento" y el inminente advenimiento de "la guerra innecesaria" este otro
estorbo al informe fiel estaba, pero era una molestia secundaria menor. Después
discerní que el motivo detrás de él era de importancia mayor en el diseño del curso
y resultado de la Segunda Guerra". Cuando me puse a estudiar la historia del Sr.
Robert Wilton, percibí que había también un fuerte parecido entre mi experiencia y
la suya. Él buscaba explicar la naturaleza de un evento en Rusia y así fue llevado
inevitablemente “al asunto judío”. Veinte años después, observé que era de hecho
imposible atraer la atención pública de los erróneos informes de la naturaleza de la
persecución de Alemania y explicar que los judíos formaron sólo un fragmento
pequeño de las víctimas.
Esa materia no tenía nada que ver con mi renuncia, pero yo estaba dándome cuenta
de ella alrededor de ese tiempo, y esta percepción que se ampliaba se refleja en los
dos libros que yo publiqué después de renunciar al periodismo. El primero,
Insanity Fair ("Festival de Locura"), este fue completamente consagrado a la
amenaza de la guerra. Pensé, algo vanagloriosamente, que una voz todavía podría
apartarla, y el lector de hoy todavía puede verificar ese motivo. Responder por este
exceso de celo en mí, el lector indulgente, si es lo suficientemente viejo, podría
revocar el sentimiento de horror que el pensamiento de otra guerra mundial
causaba en aquellos que habían conocida la primera. Este sentimiento nunca puede
comprenderse totalmente por aquellos de generaciones posteriores que se han
acostumbrado al pensamiento de una serie de guerras, pero era predominante en
ese momento.
El segundo libro, Abundando la Desgracia (Disgrace Abounding), en la víspera
de la guerra, continuó con el tema de la advertencia, pero en él, por primera vez,
presté un poco de atención al "asunto judío". Mi experiencia estaba ampliándose y
yo había empezado a discernir la parte mayor del rol que jugaría en el diseño de la
forma y el asunto de la Segunda Guerra que entonces estaba claramente a mano.
Mi pensamiento desde aquel momento fue dedicado fundamentalmente a esto; de
esta manera yo entré a escribir el presente libro y en esa luz, los capítulos restantes
sobre la preparación, el curso y las consecuencias de la Segunda Guerra, fueron
escritos.
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